Jerencio: No nos dejan mirar, pero podemos ver

 ¿Qué demonios es lo real? ¿Esto que estamos viendo ahora es realidad? ¿Mi computadora, lo que me rodea, es la realidad? ¿Los 50 puntos de Cristina son reales? ¿Real Madrid? En fin, nada mejor que una pregunta difícil para hablar de un tema difícil: ¿qué carajo voy a escribir ahora que estoy podrido de la política? Me encantaría comentar sobre música, espectáculos, River en la B, San Martín o inclusive Drácula (me colgué leyendo sus historias de empalamientos). Pero no, me exigen una reflexión sobre los últimos comicios, a pesar de que me ofrecieron este espacio con la potestad de deslizar mi pluma a gusto y elección. De todas formas me debo a ustedes, queridos lectores, y sobre todo al dueño de este blog, que es un personaje parecido al Conde rumano (más que nada por eso le hago caso). Este señor me pidió que le explique la razón por la cual concebir el resultado de las últimas elecciones por culpa del pueblo, es una visión asquerosamente limitada de la realidad. Como si fuera fácil.



Así puedo terminar si no escribo lo que me piden. No es joda, eh.

“Me enseñaron que éramos los mejores, pero crecí observando que siempre nos iba mal”, escribe Jorge Lanata en el prólogo de su libro Argentinos. Esta cita, así como la mayor parte del texto (no puedo poner todo por razones obvias… Lanata se enoja), vislumbra con una claridad asombrosa el pasar de cada uno de nosotros en la escuela: nos decían que San Martín liberó esto, que Belgrano creó la Bandera, que la Revolución de Mayo, que somos libres, Maradona el mejor del mundo, etcétera. Nos pintan como un pueblo elegido por los dioses del Olimpo, y cuando observamos nuestro contexto inmediato nos damos cuenta de que no estamos del todo bien, o que se podría estar mejor. A lo que quiero llegar es que el colegio, así como los medios y otras instituciones, conforman un aparato que nos inculca desde pequeños conceptos, visiones y formas de pensar que responden a la lógica capitalista y a los intereses de una clase dominante. Por ejemplo, ¿qué te dicen en la escuela si no estudiás? Que cuando seas grande no vas a tener trabajo y vas a ser pobre. Lamento no haber reformulado esa pregunta en mi época escolar, para repreguntarle al profesor: “¿y qué pasa con los chicos que no pueden venir a estudiar?” Por eso me molesta la crítica que se le hacen a los planes sociales: tratar de vagos a personas que no tienen las mismas oportunidades que otras en cuanto a capacitación, que no encajan en el sistema y deben ser excluidas; es un análisis bastante limitado. Es cierto que los gobiernos utilizan esto como clientelismo, pero teniendo en cuenta la perversión con la que se maneja este sistema, que el Estado le de una mano a estas personas a quienes por mucho tiempo le dio la espalda, me parece una buena medida.

A éste tipo le encanta dormir en cartones, por eso no fue a la escuela y no quiere trabajar.

Celebrar  medidamente, claro. Si me conformo con esto, estaría cayendo en un análisis simplista como el que critiqué anteriormente. Lo que debemos hacer, más que deber, una obligación como sociedad, es proponer un cambio radical a este sistema que está cada vez peor. Día a día vemos como se acentúa la diferencia entre ricos y pobres, a la vez que se fomenta la competitividad en detrimento de la solidaridad. Considero, afirmo y sostengo que si los medios de producción y las tierras estuviesen en manos de todos, y no de unos pocos, lentamente se irá transformando la sociedad. Como diría un filósofo norteamericano: “Si hay un nuevo camino, seré el primero en la fila”.
Gracias.

Jerencio: Le gusta la marihuana, escribe en maisonier, tiene un Fitito. Su debilidad son los travestís de la Avenida Independencia.

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