Jerencio: No entiendo más nada
Una vez una alumna me preguntó por qué no creía en Dios, por lo que aproveché la situación para citar al filósofo norteamericano Dave Mustaine. “¿Qué querés decir con que ‘no creo en Dios’?, hablo con él todos los días”, le contesté. Por supuesto, su respuesta fue una carcajada, casi como mostrando molestia ante mi atrevimiento de ubicarme al mismo nivel que su Creador. Entonces, ante su insistencia, le aclaré que fue una mentira, aunque no del toda: es cierto que no hablo con el Dios católico todos los días (ni me interesa), pero si lo hice una vez, por lo que pasé a contarle mi historia. Fue una madrugada que salí del boliche temprano y no recuerdo la razón, solo que estaba aturdido de alcohol, y que el auto estaba limpio porque lo había lavado esa tarde.
Unas amigas me ayudaron a enjabonar el coche.
Quizá la razón de mi retiro radicó en que me cansé de la gente o algo así, pero lo cierto es que a mitad de camino para llegar a casa, decidí que no podía manejar en esas condiciones y me acosté en la parte de atrás. Mientras mi cuerpo yacía en el Inframundo del automóvil, con ‘Maggot Brain’ de Funkadelic sonando de fondo, mi sexto sentido percibió un cosmos extraño dentro del vehículo. Tal vez por el estado de placer en el que me encontraba no atiné a levantarme, pero si abrí los ojos para "ver qué onda" (como dicen los jóvenes). Grande fue mi sorpresa al darme cuenta de que había una entidad sentada en la parte de adelante, más precisamente en el lugar del acompañante. Lamentablemente no puedo describirla con exactitud, solo recuerdo una especie de manta gris que cubría toda su humanidad (o lo que sea que fuere). Ahí si me levanté, pero con la particularidad de que no estaba asustado (seguramente debido a la cantidad de alcohol en sangre que tenía), y le solicité que se identifique cuanto antes.
Si me hubiese acostado en la guantera, quizá no me hubiese sucedido esto.
-Soy Dios- me respondió en seco, y con una voz de esos viejos que se las saben todas, pero que no pudieron triunfar en la vida.
-¿Hades? No, imposible, vos no sos El Gran Señor Hades- le contesté, casi enojado porque pensaba que intentaba engañarme o algo así. Vaya uno a saber.
-Jaja, no boludo- me dijo- Soy el Dios católico, vine a tu auto para mostrarte que existo, y para que no rompas más las pelotas con atacarme sin conocerme.
Sorprendido por su forma de hablar, y sin cuestionar su identidad (no hacía falta, era él), aproveché para hacerle las preguntas que siempre tuve. Hablamos sobre el mundo y su creación, y me dijo que él ayudó a crearlo, pero que no fue el único. Digamos que es algo así como un accionista que puso algo de plata y se quedó con una empresa que no vale la pena.
-Estoy hasta las bolas con éste planeta. Encima como le debo a algunos del Olimpo, tuve que vender mi imagen al pelotudo del Papa y su Iglesia de mierda, para hacerles creer a la gente que yo soy la salvación, y mantenerlos dominados- se sinceró, al tiempo que aclaró que esa era la razón por la cual no me mostraba su cara.
Luego de eso, le solicité su ayuda para entender a las mujeres. Demandé la explicación de por qué son tan incoherentes, te dicen algo y hacen otra cosa, les gusta que las caguen, y si vos sos bueno se abusan.
-Jerencio- me dijo, casi como suspirando:
-Me encantaría ayudarte, pero si con el mundo hice un desastre, ¡imaginate lo que hice con ellas!-
Gracias.
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