Jerencio: Ni un segundo quiero perder

 Antes de empezar quiero decir que me gusta más la nueva dirección de Maisonier, aunque nos haya tomado a todos por sorpresa. Mr. Maison debe tener algún que otro problemita con sus cuentas en Suiza, así que se dedica a cambiar sus datos constantemente. Igual quiero expresar mi queja directamente en la columna: ¿qué demonios pasó con el menú que no está más mi nombre? Claro, podés entrar a la comunidad geek, pero a Jerencio no. ¡¿En qué estaban pensando?! De todas formas, quédense tranquilos que me van a encontrar siempre en cualquier parte de la Internet, menos en Facebook, por supuesto. En entregas posteriores les explico por qué no me uno a esa red social de mierda, pero ahora vamos al tema que nos compete: las cosas que extrañamos.

No soy un paranoico.

 Soy partidario de pensar que las personas no deben arrepentirse por algo que hicieron, sino de aquello que no. Es decir, si te gusta una mina y la encarás y rebotas, no tenés por qué sentirte avergonzado ni arrepentido. Diste (o deberías haber dado) lo mejor de vos, intentando un objetivo que por X motivo no se logró. Si, en cambio, te podrías quedar con remordimientos al no haber probado, y maldiciendo a Dios con frases como “¡qué boludo como no fui al boliche hoy!”, o “¡mira si pagaba una compartida más me armaba terrible fiesta!”. Lo cierto es que, al margen de arrepentimientos, extrañar es un sentimiento más jodido todavía. Es como la falta de algo, la necesidad imposible de satisfacer que te genera el capitalismo cuando te intenta vender un producto, apelando a tus pulsiones y deseos más profundos (generalmente son relacionados con el placer – léase propagandas de Frizze, Axe o Tinelli-). Se pueden extrañar muchas cosas, no solo personas: animales, objetos, actividades, instituciones y hasta Internet. Sin embargo, a pesar de mi concepción materialista de la vida y la historia, ni siquiera extrañar un auto que te robaron puede ser tan conflictivo como con un ser humano. Está bien, los perros también. Pero quedémonos con las personas por ahora, así no se me complica a mí la vida, por lo menos con este texto.

Estas dos perras se llevaron los pocos sentimientos que tenía.

 No siempre tiene que ser malo extrañar a alguien (frase parte 2 minuto 1:38). A veces te acordás de cosas que viviste con esa persona y te hace sentir bien. Pero, como me encanta meter la dialéctica en todo, por supuesto que tiene su lado negativo: extrañar y padecer esa necesidad de llenar un hueco imposible te lleva a situaciones angustiantes, como ver un partido de River, arrodillarte con los ojos ensangrentados y rogar por la vuelta de Ortega o Francescoli. El problema está no en sufrir por la ausencia de otro, sino si en verdad vale la pena. Imaginate ponerte mal por alguien que le chupa un huevo tu vida… Jaja, ¿te acordaste de ese/a eh? (?) Y si no pensá: ¿vale la pena ponerse mal por un pelotudo/a que no le interesa ni como ando en la Facultad? Ahí está la clave.
Ahora bien, no me pregunten cómo, no soy un psicólogo o un cura. Soy un simple columnista del blog más prestigioso de la Red, compartiendo vivencias que todos padecemos, bajo una pequeña dosis de cannabis y alcohol (confieso que esta vez no tengo nada de estupefacientes encima, lo cual no sé si es bueno o malo). Es más, si les puedo recomendar que las drogas no suelen ser una buena vía de escape, o por lo menos díganme que si así me miento a mí mismo.

Gracias.

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